lunes, 2 de marzo de 2009
Los guantes de HULK
Apenas tenía ocho años y los Reyes Magos le trajeron unos guantes de HULK verdes que sonaban cuando golpeaba con ellos.
Como tantos niños como él (y su dislexia), no tenía tiempo de jugar con ellos, así que durante un tiempo quedaron olvidados en un rincón de su habitación, como tantos juguetes que recibía y que apenas tuvo oportunidad de utilizar.
Las tardes eran largas y tediosas, los deberes interminables y su infancia desaparecía casi sin darnos cuenta, entre tantas letras y números que bailaban en sus cuadernos. Tan desesperante era todo, que yo lloraba sin entender nada, y yo, a veces también él lo hacía.
El reloj, inexorablemente, iba marcando su ritmo, hasta que se hacía la noche. Cada tarde era igual y día a día fue alimentando un inexplicable sentimiento de rechazo hacia mi, a pesar de que tanto me ayudaba.
Pero aquella noche, le hice ir a por aquellos olvidados guantes, y comenzamos una lucha, en la que descargó toda su furia contenida. Yo esquivaba con destreza sus golpes de niño, aunque alguna vez salió de mí un quejido. E incluso, para que la lucha pareciera más cierta, a veces le golpeaba, pero lo hacía con tanto cuidado, que nunca le hacía daño.
Aquello, comenzó a ser un ritual nocturno, que le permitió liberar toda su ansiedad de aquellos tiempos.
Hace pocos días, hablando con Marta, una amiga de mi infancia, que también tiene un hijo con dislexia, me contaba que los Reyes Magos le trajeron a su hijo un saco y unos guantes de boxeo, y sobre aquel saco, su hijo libero toda su angustia.
¡Casualidad!
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